domingo, 2 de septiembre de 2012

Columna de Historia de la Música nº 22






Tenemos el gusto de presentarles en nuestra columna a uno de los compositores más importantes de la primera mitad del siglo XX, Sergei Prokofiev (1891 - 1953)...







La posición de Prokofiev dentro del puñado de grandes compositores europeos de la primera mitad del siglo XX lo ha ubicado en un lugar único de la historia reciente de la música occidental. Su don melódico inigualable le ha valido hasta el día de hoy la admiración de conocedores y aficionados por igual. En un siglo en el que la música escrita, “académica” – por llamarla de algún un modo - , fue alejándose cada vez más del gran público, Prokofiev supo estar cerca incluso de un público tan exigente como el de los niños : su excelente versión orquestal de un cuento popular ruso, Pedro y el Lobo, se convirtió en un clásico indiscutible que ha venido acompañando a generaciones de niños en todo el mundo. Habiendo compuesto su primera pieza a los cuatro años, para cuando ingresó en el Conservatorio de San Petersburgo a los trece ya contaba con una carpeta nutrida de obras. La fama de joven terrible e impetuoso lo acompañó durante toda su juventud; basta recordar que durante su debut como intérprete de sus propias obras al piano en Estados Unidos en 1918, recién emigrado luego de la revolución rusa, cierto crítico del New York Times hablaba de lo que había visto y escuchado en términos de “dedos de acero” y “manada de mamuts en una meseta asiática”. Lo que algunos de sus primeros oyentes quizás no supieron apreciar era la inmensa sensibilidad de su música, sus momentos conmovedores en medio de los torrentes de fuerza espeluznante. En esta ocasión tenemos el gusto de presentarles un movimiento de una obra de 1916 que supo espantar a más de un conservador musical : la Suite Escita Op. 20 : 







A mediados de la década del 30, Prokofiev regresa a Rusia luego de un prolongado exilio cuya estancia principal tuvo lugar en París, núcleo de las vanguardias artísticas por excelencia. Su regreso, que coincidió con el recrudecimiento del régimen de Iósif Stalin, lo llevó a explorar en mayor medida el aspecto “clásico” de su obra. Sus grandes composiciones soviéticas, Romeo y Julieta, Cenicienta, la música para Alexander Nevsky - importante película de Sergei Eisenstein - y las sonatas”de guerra”  para piano, entre muchas otras obras, se convirtieron con rapidez en dignas sucesoras de la tradición musical central europea del siglo XIX. Menos conocida que las anteriormente nombradas es la ópera Guerra y Paz Op. 91, basada en la novela homónima de León Tolstói. La escena de la tormenta de nieve del último acto es una joya poco conocida que muestra a Prokofiev en la cima de su capacidad descriptiva : su intención de “lograr el mayor efecto posible” y de “tener diablos y brujas girando en el aire, gritando, silbando y aullando”  - para ponerlo en sus propias palabras – se ve plenamente alcanzada. El impresionante talento de Prokofiev como artesano del sonido, que trabaja el conjunto y el detalle con igual maestría, no deja de provocar admiración :




Como siempre, esperamos que disfruten del material de nuestra columna. ¡Hasta la próxima!
 




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