En esta oportunidad les presentamos a Antonín Dvořák (1841 – 1904), un hombre que supo unir con extraordinario talento la gran tradición musical austro-alemana con el folklore de su Bohemia natal...
Podemos considerar a Dvořák no sólo
como uno de los nombres más destacados de la música europea en la
segunda mitad del siglo XIX, sino además como uno de los
compositores más sutiles y refinados del “nacionalismo musical”
romántico. Este término engloba a todos aquellos autores que
tomaron como fuente de inspiración - y en muchos casos como material
de base para sus obras – la música tradicional de sus tierras.
Dvořák no solo fue uno de los pioneros en este terreno –
siguiendo el ejemplo de Bedřich Smetana (1824 – 1904), el padre
del nacionalismo musical checo – sino que además supo asimilar la
tradición musical alemana como ningún otro de sus colegas. En su
obra, el folklore de Moravia y de su Bohemia natal se expresan con
total naturalidad a través de las formas heredadas de Beethoven,
Schubert y Brahms. Compositor prolífico, uno de sus sellos
distintivos es el exquisito don melódico que evidentemente Brahms
supo apreciar cuando lo recomendó a Fritz Simrock, uno de los
editores musicales más importantes del momento, dando un
espaldarazo a su incipiente carrera internacional. En esta ocasión
les presentamos un potente número de una de sus sinfonías, la
sexta, en la cual hace uso del ritmo de Furiant, una danza Checa que
alterna entre dos y tres tiempos :
Cuando uno habla de sinfonías de
Dvořák, es inevitable que venga a la mente la novena obra de este
ciclo, obra maestra del género que por sí sola inmortalizó a su
autor y lo colocó en el podio junto a los grandes nombres de la
tradición sinfónica austro-alemana. Nosotros, para ser fieles al
espíritu de esta columna, no vamos a traerles un número de esta
magnífica obra que no necesita promoción alguna, sino más bien
apuntamos a llamar la atención sobre un extraordinario momento de
otra de sus sinfonías, la octava. En una época en la que la música
europea escrita iba adoptando mayoritariamente un tono cada ves más
dramático y oscuro, Dvořák triunfaba escribiendo en muchos casos
música radiante más allá de cualquier tendencia del momento. En
este sentido, la influencia de Brahms es patente : al igual que su
mentor, Dvořák transita por las honduras románticas con la misma
facilidad con la que se deleita en el espíritu clásico. El tercer
movimiento de su octava sinfonía combina de forma exquisita una
melodía de vals de expresividad incomparable con momentos dignos del
folklore de su querida Bohemia :
Esperamos que disfruten del material que les traemos domingo a domingo. ¡Hasta la próxima!
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