domingo, 19 de agosto de 2012

Columna de Historia de la Música nº 20






En esta oportunidad les presentamos a Antonín Dvořák (1841 – 1904), un hombre que supo unir con extraordinario talento la gran tradición musical austro-alemana con el folklore de su Bohemia natal...



Podemos considerar a Dvořák no sólo como uno de los nombres más destacados de la música europea en la segunda mitad del siglo XIX, sino además como uno de los compositores más sutiles y refinados del “nacionalismo musical” romántico. Este término engloba a todos aquellos autores que tomaron como fuente de inspiración - y en muchos casos como material de base para sus obras – la música tradicional de sus tierras. Dvořák no solo fue uno de los pioneros en este terreno – siguiendo el ejemplo de Bedřich Smetana (1824 – 1904), el padre del nacionalismo musical checo – sino que además supo asimilar la tradición musical alemana como ningún otro de sus colegas. En su obra, el folklore de Moravia y de su Bohemia natal se expresan con total naturalidad a través de las formas heredadas de Beethoven, Schubert y Brahms. Compositor prolífico, uno de sus sellos distintivos es el exquisito don melódico que evidentemente Brahms supo apreciar cuando lo recomendó a Fritz Simrock, uno de los editores musicales más importantes del momento, dando un espaldarazo a su incipiente carrera internacional. En esta ocasión les presentamos un potente número de una de sus sinfonías, la sexta, en la cual hace uso del ritmo de Furiant, una danza Checa que alterna entre dos y tres tiempos : 






Cuando uno habla de sinfonías de Dvořák, es inevitable que venga a la mente la novena obra de este ciclo, obra maestra del género que por sí sola inmortalizó a su autor y lo colocó en el podio junto a los grandes nombres de la tradición sinfónica austro-alemana. Nosotros, para ser fieles al espíritu de esta columna, no vamos a traerles un número de esta magnífica obra que no necesita promoción alguna, sino más bien apuntamos a llamar la atención sobre un extraordinario momento de otra de sus sinfonías, la octava. En una época en la que la música europea escrita iba adoptando mayoritariamente un tono cada ves más dramático y oscuro, Dvořák triunfaba escribiendo en muchos casos música radiante más allá de cualquier tendencia del momento. En este sentido, la influencia de Brahms es patente : al igual que su mentor, Dvořák transita por las honduras románticas con la misma facilidad con la que se deleita en el espíritu clásico. El tercer movimiento de su octava sinfonía combina de forma exquisita una melodía de vals de expresividad incomparable con momentos dignos del folklore de su querida Bohemia :





Esperamos que disfruten del material que les traemos domingo a domingo. ¡Hasta la próxima!


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