Estuvimos en el lugar de trabajo del hombre que alcanzó la Perfección en la música y les traemos dos obras vocales extraordinarias que se vienen cantando en esta iglesia desde hace más de dos siglos y medio...
Como ya hemos comentado en otra
ocasión, la iglesia de Santo Tomás en la ciudad de Leipzig, Alemania, fue
testigo de una las mayores proezas musicales de la historia de Occidente. A
partir de 1723 su director musical, J. S. Bach, creó a un ritmo prácticamente
inverosímil un corpus de obras religiosas (principalmente cantatas, pasiones y
oratorios) cuya relación cantidad-calidad no conoce parangón en la historia de
la música. Además de estos deberes oficiales, los funerales y bodas, entre
otros eventos sociales, constituían una fuente de ingresos extra nada
desdeñable para un músico con familia numerosa (recordemos que llegó a tener 9
hijos).
Las más importantes de estas
obras ocasionales son sin duda los motetes, un tipo de composición cuyo origen
se remonta a la Edad Media,
de definición muchas veces variable, que a partir del Renacimiento ha venido a
designar principalmente a aquellas obras para varias voces sobre textos
religiosos no litúrgicos. Los motetes de Bach llevan la polifonía vocal (la
escritura para múltiples voces) a uno de sus puntos más altos. Del puñado de
obras de este tipo atribuidas con certeza al autor, Jesu meine Freude se
destaca por su extensión, la complejidad de su estructura y la emotividad a
flor de piel del material basado en una melodía luterana de mediados del siglo
XVII. Esta obra para cinco voces, monumental por donde se la mire, está
organizada en once secciones dispuestas de manera simétrica alrededor de la
sexta sección. Aunque este orden no es fácilmente discernible sin un
acercamiento analítico a la partitura, podemos decir con palabras sencillas que
es como si la obra fuera “capicúa”. Aunque no se perciba de manera consciente,
el equilibrio que alcanzan las estructuras musicales de Bach funciona tanto a
nivel intelectual como emotivo. Si tuviéramos que dar un testimonio de lo espiritual en la música de una manera
simple, sin grandes elucubraciones, no tenemos más que poner “Play” y escuchar
de punta a punta esta obra maestra que les presentamos a continuación:
Hay una anécdota muy difundida en las reseñas sobres los motetes de Bach que nunca deja de resultar interesante en relación a la importancia de este hombre en la historia de la música. El gran Mozart, ese talento excepcional al que prácticamente ningún aspecto del quehacer musical de su tiempo le era ajeno, llega a Leipzig en 1789, va a escuchar al coro de la iglesia de Santo Tomás que todavía sigue cantando ciertas obras del viejo Papá Bach y, ¡fíjese usted!, se le pianta un lagrimón al escuchar “Singet dem Herrn ein nenes Lied”, la obra que a continuación tenemos el gusto de presentarles. ¡Incluso reconoce que de ahí sí que puede aprenderse algo! ¿Quién tiene algo para enseñarle a Mozart? (a Mozart y en realidad a todos los que han conocido desde aquel entonces su música) ¡El mismísimo Papá Bach! “-¡Tráiganle rápido las partituras que el señor Mozart quiere leer esta obra y aprender algo!- Pero, escúcheme, mire que le tengo que traer las partes de cada una de las ocho voces que componen la obra… -¡No importa! Herr Mozart las distribuye aunque sea por el piso y va armando la obra su cabeza. Así nomás.” Los diálogos, por supuesto, no son veraces, pero de todo esto podemos quedarnos con la idea de que la figura tutelar que asombró, asombra y seguirá asombrando por los siglos de los siglos a todos aquellos que se interesan por la música escrita es – fue y será – Bach. De los motivos que le llevan a escribir sus motetes no se tienen muchas certezas (de hecho, las teorías sobre los orígenes de esta obra van desde un funeral hasta un cumpleaños, pasando por una fiesta de inauguración de una iglesia e incluso el día de Año Nuevo), pero lo que sí se sabe es que han sido prácticamente las únicas composiciones de su inconmensurable repertorio que siguieron interpretándose continuamente aún cuando durante cierto tiempo su obra se vio relegada al olvido general y la atención particular de ciertos entendidos (llámense Haydn, Mozart, Beethoven o Mendelssohn). Escuchemos, pues, al señor Bach exhibiendo - una vez más - su dominio absoluto de la composición musical :
Esperamos que disfruten de la riqueza incomparable de esta música ¡Hasta la próxima!
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