Johann Sebastian Bach (1685-1750)
Siempre van a faltar palabras
para describir la grandeza suprema de Bach. De su inconmensurable importancia
histórica ya han dado cuenta innumerables comentaristas a lo largo del tiempo,
pero solamente la escucha atenta de obras de distintos géneros de su catálogo
puede comenzar a dar una idea de la perfección inigualable de su trabajo.
Dentro del repertorio de las cantatas, de las cuales se conservan cerca de 200 piezas
religiosas y alrededor de 15 profanas, encontramos la mayor variedad de
recursos compositivos y quizás muchos de los momentos más dramáticos y
expresivos de su obra. En 1723, la familia Bach arriba a la ciudad
universitaria de Leipzig en busca de mejores perspectivas laborales. Habiendo
sido admitido como cantor (director musical) de la iglesia de Santo Tomás, se
inicia en este período una de las maratones compositivas más extraordinarias de
la historia. Durante los primeros años en Leipizig, compone 5 ciclos de cantatas
para todo el calendario litúrgico luterano, de los cuales el segundo fue sin
lugar a dudas el más increíblemente prolífico. A partir de junio de 1724 la
agenda de trabajo de Bach requiere
durante gran parte del año de una cantata por semana, con todo lo que esto
implica : buscar y preparar los textos los lunes, componer durante los días
hábiles los distintos números de la obra, copiar las partes para todos los
intérpretes con ayuda de familiares y alumnos, ensayar los sábados y tocar los
domingos. Las cantatas de este período
constan generalmente de un complejo coro inicial, varias arias (algo así como
canciones), recitativos (momentos que dan privilegio al texto por sobre la
música) y un “coral” final (es decir, una sencilla melodía arreglada para que la
grey cante de manera colectiva con el clero).
Por supuesto, aquí no hablamos
simplemente de cantidad, sino de la increíble calidad que uno encuentra a
través del conjunto de cantatas que han llegado hasta nosotros – aclaremos que
se perdió alrededor de un tercio de su producción en este terreno -.
Como pequeñísima muestra de los
hallazgos sin igual de Johann Sebastian, elegimos dos números breves de la
cantata número 26, estrenada el 19 de noviembre de 1724. En la cortina del
programa mostramos el número final, en cuyo texto y melodía se basa e inspira
la obra en su conjunto :
¡Ah, cuán fugaces, cuán efímeras
son las cosas de los hombres!
Todo, todo lo que vemos
se acabará y perecerá.
Quien teme a Dios por siempre quedará.
son las cosas de los hombres!
Todo, todo lo que vemos
se acabará y perecerá.
Quien teme a Dios por siempre quedará.
El coro inicial de la cantata
número 26 se basa en la melodía coral que mostramos más arriba. Este el tipo de
coro en el que las voces agudas (sopranos) cantan de manera pausada la melodía
en la que se va a basar la cantata, mientras el resto de las voces y el
acompañamiento instrumental desarrollan un material independiente, perfectamente
ensamblado con la melodía original. En este caso, la fugacidad de la vida
humana descripta en el texto es reflejada de manera elocuente por la rapidez de
la base instrumental y los comentarios de contraltos, tenores y bajos al canto
de las sopranos. Por supuesto, es muy difícil hacer justicia en dos minutos a
la grandeza de un repertorio incomparable en la historia de la música
occidental. Para los que estén interesados, recomendamos efusivamente “La Cantata del Domingo”, el
notable programa de Mario Videla en FM Nacional Clásica 96.7 que se emite todos
los domingos de 9:00 a 10:00 hs.
Aquí tienen el texto :
¡Ah, cuán fugaz y cuán efímera
es la vida humana!
Como una niebla surge
y pronto también se desvanece,
¡tal es nuestra vida, ved!
es la vida humana!
Como una niebla surge
y pronto también se desvanece,
¡tal es nuestra vida, ved!
Disfruten de la música de la música del compositor supremo de Occidente. ¡Hasta la próxima!
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