domingo, 13 de mayo de 2012

Columna de Historia de la Música Nº 6


Johann Sebastian Bach (1685-1750)

Siempre van a faltar palabras para describir la grandeza suprema de Bach. De su inconmensurable importancia histórica ya han dado cuenta innumerables comentaristas a lo largo del tiempo, pero solamente la escucha atenta de obras de distintos géneros de su catálogo puede comenzar a dar una idea de la perfección inigualable de su trabajo. Dentro del repertorio de las cantatas, de las cuales se conservan cerca de 200 piezas religiosas y alrededor de 15 profanas, encontramos la mayor variedad de recursos compositivos y quizás muchos de los momentos más dramáticos y expresivos de su obra. En 1723, la familia Bach arriba a la ciudad universitaria de Leipzig en busca de mejores perspectivas laborales. Habiendo sido admitido como cantor (director musical) de la iglesia de Santo Tomás, se inicia en este período una de las maratones compositivas más extraordinarias de la historia. Durante los primeros años en Leipizig, compone 5 ciclos de cantatas para todo el calendario litúrgico luterano, de los cuales el segundo fue sin lugar a dudas el más increíblemente prolífico. A partir de junio de 1724 la agenda de trabajo de Bach  requiere durante gran parte del año de una cantata por semana, con todo lo que esto implica : buscar y preparar los textos los lunes, componer durante los días hábiles los distintos números de la obra, copiar las partes para todos los intérpretes con ayuda de familiares y alumnos, ensayar los sábados y tocar los domingos.  Las cantatas de este período constan generalmente de un complejo coro inicial, varias arias (algo así como canciones), recitativos (momentos que dan privilegio al texto por sobre la música) y un “coral” final (es decir, una sencilla melodía arreglada para que la grey cante de manera colectiva con el clero).
Por supuesto, aquí no hablamos simplemente de cantidad, sino de la increíble calidad que uno encuentra a través del conjunto de cantatas que han llegado hasta nosotros – aclaremos que se perdió alrededor de un tercio de su producción en este terreno -.
Como pequeñísima muestra de los hallazgos sin igual de Johann Sebastian, elegimos dos números breves de la cantata número 26, estrenada el 19 de noviembre de 1724. En la cortina del programa mostramos el número final, en cuyo texto y melodía se basa e inspira la obra en su conjunto :


¡Ah, cuán fugaces, cuán efímeras
son las cosas de los hombres!
Todo, todo lo que vemos
se acabará y perecerá.
Quien teme a Dios por siempre quedará.






El coro inicial de la cantata número 26 se basa en la melodía coral que mostramos más arriba. Este el tipo de coro en el que las voces agudas (sopranos) cantan de manera pausada la melodía en la que se va a basar la cantata, mientras el resto de las voces y el acompañamiento instrumental desarrollan un material independiente, perfectamente ensamblado con la melodía original. En este caso, la fugacidad de la vida humana descripta en el texto es reflejada de manera elocuente por la rapidez de la base instrumental y los comentarios de contraltos, tenores y bajos al canto de las sopranos. Por supuesto, es muy difícil hacer justicia en dos minutos a la grandeza de un repertorio incomparable en la historia de la música occidental. Para los que estén interesados, recomendamos efusivamente “La Cantata del Domingo”, el notable programa de Mario Videla en FM Nacional Clásica 96.7 que se emite todos los domingos de 9:00 a 10:00 hs.

Aquí tienen el texto :

¡Ah, cuán fugaz y cuán efímera
es la vida humana!
Como una niebla surge
y pronto también se desvanece,
¡tal es nuestra vida, ved!





Disfruten de la música de la música del compositor supremo de Occidente. ¡Hasta la próxima!
 

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