Esta semana anduve paseando por la calle Corrientes; solo para cumplir con el rito, me detuve en alguna librería, para chusmear un poco y toquetear los libros –algo siempre sensual-. Uno me llama la atención. Autor: Claudio Zeiger. Todos conocemos a Claudio Zeiger por su labor periodística como responsable de los suplementos de cultura, Radar y Radar Libros, de Página 12. Menos difundida es su obra literaria a pesar de que ya publicó cuatro novelas y un ensayo. Ahora, perdido entre las pilas de novedades -¿cuántos libros se publican por mes en este país?- se encuentra Los Inmortales. Leo la prometedora contratapa firmada por Guillermo Saccomano.
Dice que se trata de una “novela” donde Zeiger alcanza su “máximo nivel expresivo”, y lo califica como un libro “confesional”. Está buena la tapa: una típica postal ciudadana, Corrientes de noche, donde reina el falo-obelisco y en grande “Los Inmortales”. Linda pizzería, Corrientes, Gardel y la porteñidad al palo. Fundamental, leer la primera frase: “Mi padre me pide que lo acompañe a recorrer Corrientes de noche. No dice las palabras ‘por última vez’ pero están tan implícitas que asustan y emocionan como si se tratara de una despedida”.
Excelente comienzo que nos toma de la mano para recorrer juntos la noche porteña. Sin embargo, el libro es otra cosa. Es mucho más que eso. Y creo que le costó arrancar, que se tomó un respiro que le diera aliento con ese primer tramo. Lo mejor viene después. “Novela confesional” decía Saccomano. Una definición desconcertante porque el libro es desconcertante. ¿Es una novela? ¿Realmente está paseando con su padre o estamos frente a una ficción pura? ¿Por qué confesional? “Los Inmortales” está dividido en tres partes: Filiaciones;Intermedio: ficciones; Autobiografía del otro. “Filiaciones”, como su nombre lo indica, anda tras las huellas de sus padres. Una breve travesía entre Once y el Obelisco al lado de su papá, pocas cuadras que para Zeiger son eternas porque significan un recorrido existencial. Va del brazo de su padre biológico para desembocar en sus padres culturales. Entre las varias referencias, aparecen sus cruces con Sebrelli y la mítica revista Contorno como si fueran propias. Un libro extremadamente nostálgico pero con una nostalgia de otro. De algún modo Zeiger añora lo que no vivió. Como si hubiera vivido a destiempo, en una época que no le quedaba cómoda. Sin lugar a dudas, lo mejor de éste libro son las dos ficciones del intermedio. Aquí Zeiger se encuentra a sus anchas, despliega todo su vigor narrativo. Justifican el libro entero. Impresionante “La escena de la pensión”: El protagonista de este cuento es un joven de buena familia, homosexual, enamorado de los tugurios y pensiones baratas, quien descubre en la escena de la pensión de El Juguete Rabioso de Roberto Arlt algo que le pasó a él. Una noche de amor con un tal Silvio. ¿Será Silvio Altier? Está convencido de que sí. ¿Acaso pasó en realidad una noche con Arlt? La novela vista desde la perspectiva de los personajes –es bastante común que los personajes de ficción sean reales-, me hizo acordar al libro que ya recomendamos “El Espectro de Alexander Wolf”. Alguien que se reconoce en una escena y se obsesiona con el autor. La clave, no solo de este relato sino de todo el libro, está en una frase que le dice el Dr. Levit, psicoanalista del personaje, quien sabiamente sostiene que no importa qué es real y qué no, “lo importante es que usted lo cree así ¿Quiere seguir viviendo allí?” No les cuento todo porque vale la pena leerlo. Luego, aparece otra ficción: “Los bares y los viejos”. Una ciudad nocturna plagada de fantasmas. Volvemos a la calle Corrientes o a la Academia o a los 36 billares o un bar de barrio cualquiera. Los viejos se apoderan de sus bares. Por allí descansa en una mesa la cabeza de Ezequiel Martínez Estrada. Nuevo homenaje, el libro está plagado de guiños, basta verlos títulos. Aquí ya estamos en el corazón del texto, y late fuerte. Imposible abandonarlo. Las obsesiones son varias: el tiempo, la vejez, la muerte,la traición, la culpa, la sexualidad, el deseo, la impotencia. Sueños, ficciones y realidades que van de la mano. Para tratar de comprender frente a qué libro estamos parados, recuerdo que Claudio Zeiger nació en 1964. Está en los cincuenta. Una edad en la que se impone cierta revisión íntima, a esa edad los padres están muriendo, uno siente que empieza un reemplazo generacional, y hay que hacer esa revisión de cuentas con la vida. De eso se trata “Los Inmortales”. No sé por qué extraño motivo desde que empecé a leerlo, me repiquetea otro libro, lo tengo ahí, no termino de acordarme el título. Ah! Sí. "Jean Gené, comediante y mártir”, de Sartre (porque yo también tengo mis padres intelectuales aunque no se note!). No sé porque me acordé de ese libro por primera vez en veinte años. Empezaba con una escena en la que el pequeño Gené robaba unos pesos de la billetera de sus protectores y quedaba estigmatizado como ladrón (ahora vengo a enterarme que esta mirada de Sartre sumió a Gené en una depresión tal que le impidió escribir por varios años). Los escritores no tienen idea, o no les importa, lo que provocan en sus personajes, los reales.Mala gente. Los escritores, digo, son unos crápulas. ¿Alguien cree que el amante furtivo de Silvio Altier en la pensión no existió?
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