Todos la criticaban, desde su familia que conocía su falta de talento, hasta la prensa. Pero ella era tenaz y quería ser soprano. En 1909 recibe una herencia tras la muerte de su padre y a partir de ese momento se dedica a cumplir su sueño haciendo recitales en Filadelfia y Nueva York. Jenkins cantaba de una forma desastrosa y tenía muy poco sentido del oído y el ritmo. Aún así, comienza su carrera realizando conciertos privados para un público que ella misma seleccionaba. A pesar de su poca habilidad musical, el público la adoraba por la diversión que esto les causaba. Ella estaba convencida de su grandeza y se comparaba con las mejores sopranos del momento.
Culmina su carrera realizando un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York a sala llena. Allí se consagró como "la peor cantante de la historia".
Florence era consciente de sus críticas, a las que una vez respondió: "La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté".
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